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Cuadro de la batalla de los Alporchones, pintado por Muñoz de Córdoba en el siglo XVIII, que está en la Sala de Cabildos |
Ginés Pérez de Hita era zapatero, y organizador para los concejos donde vivió (Lorca, Murcia y Cartagena) de las danzas de la procesión de Corpus y sus fiestas añadidas.
Pero junto a esas dedicaciones tuvo también la de escritor El mundo le debe la Historia de los bandos Zegríes y Abencerrajes de Granada, de donde viene toda la veta oriental y morisca del Romanticismo francés.
Más conocida por Las Guerras Civiles de Granada, esta obra en prosa posee la indudable virtud de constituir una tipología novelesca genuinamente española: la novela morisca.
Chateaubriand, Washintong Irving, Pedro Antonio de Alarcón, Fernández y González, Martínez de la Rosa o Florián han bebido en la selva granadina de la prosa de Pérez de Hita. Esta obra se publicó en 1595, en su primera parte; y la segunda, que trata sobre la rebelión de Fernando de Válor (Abén Humeya como rebelado), en 1619.
Entre los romances acogidos a la primera parte de su obra cumbre, se halla este largo ejemplo, dedicado a glosar la tardía batalla de Los Alporchones, en la vega lorquina, en Marzo de 1452:
Allá en Granada la rica
instrumentos oí tocar
en la calle Gomeles,
a la puerta de Abidvar,
el cual es moro valiente
y muy fuerte capitán.
Manda juntar muchos moros
bien diestros en pelear,
porque en el Campo de Lorca
se determinan de entrar;
con él salen tres alcaides
aquí los quiero nombrar:
Almoradí de Guadix,
éste es de sangre real;
Abenaciz es el otro,
y de Baza natural;
y de Vera es Alabez
de esfuerzo muy singular,
y en cualquier guerra su gente
bien la sabe acaudillar.
Todos se juntan en Vera
para ver lo que harán.
El Campo de Cartagena
acuerdan de saquear.
A Alabez, por ser valiente,
lo hacen general;
otros doce alcaides moros
con ellos juntado se han,
que aquí no digo sus nombres
por quitar prolijidad.
Ya se partían los moros,
ya comienzan de marchar.
Por la fuente de Pulpé,
por ser secreto lugar,
y por el puerto de Los Peines,
por orillas de la mar.
con furor fueron a entrar;
cautivan muchos cristianos,
que era cosa de espantar.
Todo lo corren los moros
sin nada que les quedar;
el Rincón de San Ginés
y con ellos el Pinatar.
Cuando tuvieron gran presa
hacia Vera vuelto se han,
y en llegando al Puntarrón,
consejo tomado han
si pasarían Lorca
o si irían por la mar.
Alabez, como es valiente,
por Lorca quiere pasar,
por tenerla en muy poco
y por hacerle pesar;
y así, con toda su gente,
comenzaron de marchar.
Lorca y Murcia lo supieron;
luego los van a buscar,
y el Comendador de Aledo,
que Lisón suelen llamar.
Junto a Los Alporchones,
allí los van a alcanzar.
Los moros iban pujantes,
no dejaban de marchar;
cautivaron un cristiano,
caballero principal,
al cual llaman Quiñonero,
que es de Lorca natural.
Alabez, que vio la gente,
comienza de preguntar:
-Quiñonero, Quiñonero,
dígasme tú la verdad,
pues eres buen caballero,
no me lo quieras negar:
¿Qué pendones son aquellos
que están en el olivar?
tal respuesta le fue a dar:
-Lorca y Murcia son, señor,
Lorca y Murcia, que no más,
y el Comendador de Aledo,
de valor muy singular,
que de la francesa sangre
es su prosapia real.
Los caballos traían gordos,
ganosos de pelear.
Allí respondió Alabez,
lleno de rabia y pesar.
-Pues por gordos que los traigan,
la Rambla no han de pasar,
y si de ella pasan
¡Alá, y qué mala señal!
allegara el Mariscal
y buen Alcaide de Lorca
con esfuerzo muy sin par.
Aqueste Alcaide es Faxardo,
valeroso en pelear,
la gente traen valerosa,
no quieren aguardar.
A los primeros encuentros
la Rambla pasado han,
y aunque los moros son muchos,
allí lo pasan muy mal.
Mas el valiente Alabez
hace gran plaza y lugar.
Tanto de cristianos matan,
que es dolor de lo mirar.
Los cristianos son valientes,
nadie les puede ganar;
tantos matan de moros,
que era cosa de espantar.
Por la sierra de Aguaderas
huyendo sale Abidvar
con trescientos de a caballos,
que no pudo más sacar.
Faxardo prendió a Alabez
con esfuerzo singular.
Quitáronle la cabalgada,
que en riqueza no hay su par.
Abidvar llegó a Granada,
y el Rey lo mandó matar.