“… ¿Llegará el día en que tengamos el coraje de ser nosotros mismos?”
Arribamos a Roma, la ciudad eterna, corren los años 70, dos niños Guido y Constantino, el primero vive en el cuarto piso, sensible e inquieto, un pequeño burgués. El segundo en el sótano, es el hijo del portero, fuerte y sumiso, dos polos opuestos, dos seres distintos, dos mundos distintos que se encuentran, que chocan, atracción y rechazo en la misma medida, aún así inexorablemente unidos, cuarenta años de encuentros y desencuentros, de llegadas y despedidas y un amor incombustible, obstinado, enraizado en lo más íntimo, latente. Mientras tanto otras vidas, otros escenarios, otras gentes, otros afectos, median kilómetros de distancia y un único pensamiento, un eco interior que los conecta como una llamada primitiva y recurrente a la vez que una renuncia constante elevando la mirada y apretando los dientes.
Una novela que conmueve, que indigna, que seduce, una bella historia de amor sin género ni especie, sin tiempo ni espacio, a veces brutal, a veces sensible, siempre hermosa, cargada de lirismo, de la mano de la brillante pluma de Margaret Mazzantini. Una historia que fluye a su antojo, sometida al ritmo de las emociones a veces embravecidas otras veces ancladas en el descanso de una playa, tan solo para reunir el valor de continuar con estos restos del naufragio en los que se han convertido las vidas de Guido y Constantino vidas puras y sucias, impostadas y auténticas.
Asistimos como espectadores a ese amor explosivo, a esos fuegos de artificio en el cielo nocturno, a esos momentos de esplendor que nos deslumbran, sin saber a ciencia cierta si nosotros hubiéramos tenido el coraje para ser nosotros mismos.
Elena Hernández
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