Queridos lectores, hacía tanto tiempo que no escribía una carta, que no sé si vaya a saber hacerlo, comienzo a escribir y mi propia letra manuscrita me parece ajena o impostada. Es verdad, ya se fueron los tiempos en los que se escribían cartas y se enviaban por correo postal, se agostaron los tiempos del franqueo, el destinatario y el remitente, y probablemente no lo hubiera hecho si no fuera por un extraño suceso que tuvo lugar esta misma mañana…
Mi letra me resulta extraña, no reconozco esta C, que me sale como asustada, como boquiabierta, como una luna turca, me contengo para no pintarle un cielo estrellado alrededor… Mucho menos reconozco esta F, como demasiado estilizada, como una columna, sí como una columna palmiforme y veo de pronto todo un laberinto de columnas- palmeras abiertas, desplegadas como una bóveda de un verdor exótico, voluptuoso…
¡Ah, me pierdo en tonterías! Y me desvío del propósito de esta carta, que ya tiene algún borrón mal disimulado de tinta, una huella de lo imperfecto de mi persona diría un grafólogo… pero me vuelvo a perder en divagaciones… pues bien esta misma mañana, al salir de casa me encontré justo a los pies del buzón, un sobre grande e inmaculado, resultaba provocador ese color tan blanco en el suelo empolvorizado, no es muy extraño encontrar un sobre junto a tu buzón, y no escribiría pues la presente carta, si no hubiera sido porque resulta extraño, como un pez fuera del agua, no llevaba franqueo alguno, ni remitente ni tampoco destinatario sólo una frase en una enigmática letra manuscrita que rezaba Álbum de correspondencia. Una atracción magnética, diría más, una fuerza telúrica me llevó a recogerlo y al hacerlo advertí que el sobre no estaba cerrado, si lo hubiera estado, no me hubiera atrevido a rasgarlo, de su interior, tres cartas cayeron al suelo como lluvia de hojas, una iba dirigida a una madre, otra a un hijo y la última a una esposa que además iba acompañada de un poema, iba a volver a dejar el sobre en el suelo tal y como estaba, pero algo me impedía hacerlo, de alguna forma aquello me concernía, no podía obviarlo ya, me parecía injusto que aquel recuento de anécdotas y sentimientos quedara perdido, como las misivas de los bancos a las que envuelve el otoño, el polvo o el olvido en un cajón perdido…
Es por eso que hoy escribo como los náufragos, que tienen la suerte de naufragar, otra vez esa enigmática F, con una botella, papel y pluma, una auténtica suerte, por cierto, que escriben sin saber a quién, como yo que envío estas cartas perdidas, con la esperanza de que encuentren su destinatario cuando lleguen, a donde tenga que llegar y lo hagan quedamente, con la marea.
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