No era exactamente París, qué iba a ser París, pero era lo más cerca que estaríamos nunca de París. Y ahora que regreso a ese simulacro de París donde, a nuestra manera, fuimos felices, me acuerdo de Listen to My Heart. De todos los discos de Nancy LaMott, el preferido de mi madre. Le encanta. Mejor dicho, le encantaba. Su canción favorita era —y quizá siga siendo— Not exactly Paris, compuesta por Michael Leonard y Russell George.
La banda sonora de nuestra infancia.
En cuanto brotaban del tocadiscos las primeras notas, mamá, que en el colegio estudió francés, nos pedía que le tradujésemos la canción. Gracias a mamá, mis hermanos y yo descubrimos lo difícil que es traducir. Lo fácil. Y las veces que le cambiábamos la letra —y siempre le cambiábamos la letra—, nos lo reprochaba como los niños pequeños cuando sus padres no aciertan a repetirles el cuento que se inventaron la noche anterior y ya han olvidado: «No, no era así».
No era exactamente París, no era exactamente primavera, pero había beaujolais y había flores, y cama para dos, y ducha para dos, y besos llenos de pasión...
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RESUMEN DEL LIBRO
La ciudad de la luz no es París, sino Málaga. En ella, en un hostal de nombre Parisién, crece Antonio. Su mundo lo pueblan dos familias tan distintas como fascinantes: los genoveses Fontana, abuelos paternos, y la extravagante línea materna, con una abuela a la que, de tanto en tanto, asaltan visiones y presentimientos. Beau Geste, Las cuatro plumas, el Pequeño manual del perfecto aventurero, la fábrica de aceites y jabones Minerva, el barrio del Perchel. Infancia, primeras lecturas (Julio Verne, Jack London, Bruno Traven), ritos de paso y el deseo latente: la iniciación a la vida. Inteligencia y emoción son los mimbres con los que Antonio Fontana levanta esta novela sobre la memoria. Tan hermosa como todo lo que está construido con la verdad.
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