Los caballos de Dios de Mahi Binebine

La tertulia de este libro será el 20 de febrero a las 19,30 h. en la Biblioteca Pilar Barnés

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El título original de Los caballos de Dios es “Les Étoiles de Sidi Moumen”, Las Estrellas de Sidi Moumen, el nombre de un equipo de fútbol que han montado un grupo de chavales en su barriada a las afueras de Casablanca para no morirse de asco. Yashin, Hamid, Nabil, Fuad, Ali y Jalil son los protagonistas de esta historia de ficción total y realidad total en palabras de su autor, Mahi Binebine. La realidad es que el 16 de mayo de 2003 se produjeron en Casablanca varios atentados en los que murieron 45 personas, entre ellos 12 de los 14 terroristas suicidas que los provocaron, y resultaron heridas cien personas. El mayor atentado yihadista ocurrido hasta la fecha en Marruecos. Estos muchachos, entre 20 y 23 años, en conexión con Al Qaeda, hicieron estallar los cinturones de explosivos que portaban en diversos puntos de la ciudad. 

La ficción nos narra la vida de seis de estos chicos en el inmenso barrio de chabolas de Sidi Moumen donde se hacinan cerca de 300.000 personas. Un poblado que rodea a un basurero del que sacan el sustento sus habitantes con muy pocas o ninguna posibilidad de salir de la extrema miseria en la que viven. Un infierno en la tierra. El camino que recorren estos chicos desde su pobre vida hasta el momento en que entran en relación con el fundamentalismo islámico y deciden entregar su vida para ir a un supuesto Paraíso es lo que nos va contar este libro. Los caballos de Dios (nombre que da la imaginería yihadista a los fieles que hacen de bombas humanas) va más allá de la literatura con la intención de remover nuestra conciencia. Binebine consigue que vivamos una historia desde el interior de los acontecimientos que narra, que miremos de frente al conflicto que en ella se expone. En palabras del poeta Luis García Montero: la buena literatura nos enseña a conocer la vida por dentro. Esta novela abre un mundo que suele quedar escondido al otro lado de las noticias. 

La voz narrativa va a ser la de Yashin. Y lo original del planteamiento es que el joven nos habla desde un lugar indeterminado de un limbo en el que habita después de su muerte que no tiene nada que ver con el Paraíso que le han prometido los yihadistas. Yashin se dirige a nosotros, los lectores, apelándonos incluso a veces. Nos habla de su vida en Sidi Moumen, de su familia, de sus amigos, de su terrible realidad llena de violencia. En su vida no hay metas, no hay esperanza, no hay salida. Sólo el fútbol como desahogo, la amistad, la fugaz visita del amor, la rabia y la alegría muchas veces provocada por el hachís o el alcohol. Al fin y al cabo son jóvenes que quieren disfrutar a pesar de todo: a veces fui feliz entre esos escombros repugnantes. No tienen nada que perder, sólo esperar un milagro. Inolvidables personajes olvidados en esa cloaca que les configura. La voz poética de Yashin dulcifica, eleva a las alturas el dolor y la dureza del mundo que le rodea. Es tan poética como terrible porque nos va a contar todo con un realismo extremo que, increíblemente, y ahí radica la maestría del autor, no nos hace daño porque hay humanidad, humor, delicadeza y serenidad en su manera de narrar. Binebine cuenta que le costó encontrar la voz narrativa adecuada ya que esos muchachos carecían de la mínima cultura y formación, hasta que se le ocurrió que fuera la voz de un muerto que habla desde otro lugar y con otra perspectiva: una conciencia: es decir, la sosegada resultante de una miríada de pensamientos lúcidos. No aquellos, oscuros y raquíticos, que jalonaron mi breve existencia, sino pensamientos de facetas infinitas, irisadas, cegadoras a veces. Pura poesía en la voz de Yashin como ya comprobamos en el primer capítulo. Yo pongo poesía para hacer que los mensajes lleguen, afirma Binebine. 



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