La carne de Rosa Montero

La tertulia de este libro será el martes10 de diciembre a las 20 h. 
en la Biblioteca Pilar Barnés


Consulta su disponibilidad
La carne la protagoniza Soledad Alegre, una mujer que entra en la sesentena. Licenciada en Historia del Arte y comisaria de exposiciones, en estos momentos está preparando una para la Biblioteca Nacional de Madrid -aparece por las páginas de la novela su directora real, Ana Santos-, sobre el nexo entre el arte y la locura, que versará en torno a escritores malditos. Goza de prestigio y éxito en su trabajo -aunque no dejan de cernirse amenazas-, pero su vida personal no atraviesa precisamente por su mejor etapa. Desde siempre, Soledad había elegido un tipo de relación amorosa: “Nunca había vivido con nadie. Cuando quiso no pudo y luego no quiso. Había tenido, eso sí, muchos amantes. Mejor lejos. Mejor controlados. Que la pasión ardiera como un cortafuegos alrededor. Ella era de enamoramiento fácil. Más bien instantáneo. Incluso fulminante. Necesitaba estar enamorada. Amaba el amor, como decía San Agustín. Era una adicta a la pasión”. Un tipo de relación que impone sus riesgos e hipotecas, sobre todo con el paso del tiempo. A Soledad acaba de abandonarla su último amante, Mario, que decide dedicarse por entero a su joven, y embarazada, esposa. Este hecho le produce una tremenda inquietud, un horrible desasosiego y un incontrolable deseo de venganza cifrado en darle celos. 

Con este propósito, Soledad busca ansiosamente en internet páginas de contactos donde se ofrezcan escorts, gigolós, prostitutos para mujeres. Y recala en ParaComplacerALaMujer.com, donde hay mucho para elegir, aunque, eso sí, con un alto precio: “El servicio mínimo, dos horas, costaba trescientos euros, hotel incluido. Las mujeres perdiendo, como siempre, rumió Soledad: los putos eran más caros que las putas”. Quiere hallar un acompañante para la ópera, en principio solo para eso, y que la vea con él su examante, y piense que es su nuevo y flamante novio. Finalmente, contrata a Adam Gelman, un atractivo ruso de poco más de treinta años. Con Adam acude a la representación de Tristán e Isolda, no sin cierto sentido de culpa, aunque no por el hecho en sí, sino por el gasto que suponía, y que desembolsaba alegremente cuando mucha gente estaba pasándolo muy mal. Como su vecina, Ana, periodista sin trabajo tras el cierre de la revista en donde colaboraba, y con un hijo pequeño, a la que van a cortar la luz por falta de pago. 

La realidad de la crisis se introduce así en La carne, incluso en su coprotagonista, el gigoló ruso, emigrante que se encuentra en la necesidad de llevar a cabo ese “trabajo”, pues con otros no puede ni sobrevivir malamente. En la función operística, su examante la ve con Adam y toma buena nota de ello con lo que el objetivo inicial queda cumplido. Pero, por supuesto, la historia no termina ahí. Muy al contrario, comienza, arrastrándonos a la relación entre Soledad y Adam que desemboca en un final sorpresivo. 

Más allá de lo llamativo del argumento y del morbo que pueda contener, Rosa Montero nos regala una más que lograda novela, en la que nada es casual, ni el oxímoron que encierra el nombre de su protagonista -Soledad Alegre-, ni la elección de la ópera a la que asiste con Adam -Tristán e Isolda-, ni la exposición que prepara -Arte y locura-, ni siquiera el nombre de su vecina periodista, Ana. Una novela que presenta un excelente desarrollo y una perfecta dosificación de la intriga emocional que la sustenta que te engancha hasta llegar a su desenlace. 

Y, junto a ello, encontramos una reflexión sobre asuntos capitales, algunos muy queridos por Rosa Montero, como el inclemente transcurrir del tiempo que conduce irremisiblemente a la vejez -donde se intenta “combatir el deterioro” con gran cantidad de “trucos, potingues ortopedias”-, y a la muerte, o la necesidad, y tiranía, del amor, el sexo y la comunicación. Asimismo, en Soledad Alegre dibuja con habilidad un personaje que tiene mucho de superviviente. Porque, cierto es, “sólo se muere de amor en las malditas óperas”, y nunca es tarde para sentir el “obcecado empuje de la vida”. 



0 comentarios:

Publicar un comentario

Dejanos tu comentario.